En la traducción
Ensayo por Bart Lootsma
Texto publicado en El Croquis 220/221 SANAA [II] 2015 2023
Las burbujas que flotan / sobre el remanso / son ilusorias: /se desvanecen, se rehace/ y no duran largo rato.
Así son los hombres y sus moradas / en este mundo.
Unos mueren al romper el alba / y otros nacen en el crepúsculo, / como aquellas burbujas / sobre el agua.
El Hombre muere / y nace: / de dónde viene / y a dónde va, / no lo sé.
¿Cuál es más pasajero?
Kamo No Chōmei, en Hōjōki, Canto a la vida desde una choza. Caracas: CEC, 2004. Traducción: Masateru Ito.
Como la arquitectura se ha convertido cada vez más en una práctica global, también en el caso de Kazuyo Sejima, Ryue Nishizawa y SANAA y, en realidad, para la mayoría de los críticos de arquitectura es imposible ver todos los edificios sobre los que escriben —no hacerlo solía ser pecado mortal—, que El Croquis pueda ser una de las últimas revistas de arquitectura que visite y fotografíe prácticamente todas las obras que publica, es lo que la convierte en tan especial hoy en día, y en nuestro, de algún modo, testigo. A través de su mirada y, en particular, a través de las fotografías de Hisao Suzuki, vemos por qué se considera que vale la pena publicar esta arquitectura y no otra. Aunque yo haya visto varios edificios de Kazuyo Sejima, Ryue Nishizawa y SANAA, debo admitir que, lamentablemente, no he estado en la mayoría de sus obras —dispersas por todo el mundo—, y que, aunque hubiera contado con recursos económicos, la Covid me ha hecho prácticamente imposible viajar en los últimos tres años.
Kazuyo Sejima, Ryue Nishizawa y SANAA representan una actitud única e inspiradora en el mundo de la arquitectura, de ahí que sea importante intentar entender su trabajo, si no ya como testigo al menos como observador e intérprete. Dicho esto, aunque su obra sea reconocible tiene, en muchos sentidos, un carácter esquivo. Aunque haya elementos que se repitan regularmente —como columnas y losas increíblemente finas, o particiones y fachadas transparentes—, no es ahí donde parece residir su manera de hacer, esquiva de muchas formas diferentes. En su exquisito Tractate on Japanese Aesthetics, Donald Richie explica cómo las estéticas japonesas están basadas en gran medida en algo así como un gusto, en un sentido inspirado por tradiciones interiorizadas. En todo caso, resultaría demasiado simple relacionar la arquitectura japonesa sólo con una tradición. Siguiendo con Donald Richie: "Los extranjeros que ahora buscan en Japón un ambiente estético tradicional se sienten decepcionados. La erosión de lo tradicional es enorme, aunque haya intentos por llenar ese vacío —Pokémon es realmente como Hokusai, etc.—. Aun así, en la cultura tradicional de Japón, con siglos de antigüedad, todavía pueden encontrarse patrones previos. Es el caso de las muchas fosilizaciones culturales del país —la ceremonia moderna del té, el Kabuki, etc.—, pero también de otras formalizaciones no tan evidentes: la estructura del lenguaje, o la naturaleza de la religión en el país… En Japón, el impulso artístico en la cultura se interiorizó en un grado poco común. Las inquietudes estéticas se dieron por sentadas, de modo que pudieron emplearse con una facilidad y naturalidad incomparables".
Más que como fosilizaciones, esas particularidades culturales han quedado como simulacra, en el sentido señalado por Baudrillard: copias cuyos originales se perdieron u olvidaron en interminables procesos de traducción. Esto podría deberse a que la mayoría de las ciudades japonesas fueron destruidas reiteradamente a lo largo de la historia por seísmos, tornados o incendios, o por los bombardeos de los aliados a finales de la Segunda Guerra Mundial, o incluso por bombas atómicas, como fue el caso de Hiroshima y Nagasaki. Esta destrucción, y cómo se debería lidiar con ella, han sido temas centrales de la cultura japonesa a lo largo del tiempo, como en el texto clásico Hōjōki, del siglo XII, en el que el poeta Kamo No Chōmei refiere al sin sentido que supone a sus ojos la acumulación de riqueza en las ciudades, únicamente para ser destruida repetidamente. Hay varias traducciones de este texto, que tienen más diferencias de las que uno esperaría, y todas ellas enfatizan aspectos sutilmente diferentes. En el momento de escribirlo, el propio Kamo No Chōmei se había retirado ya de la ciudad hacía muchos años y vivía en cabañas cada vez más pequeñas y sencillas, hasta acabar en una de casi un metro cuadrado. Toda la cabaña y sus pocas pertenencias podían embalarse y trasladarse en un carruaje a cualquier otro lugar.
Este tipo de retraimiento puede no parecer posible o incluso deseable hoy en día —la globalización y los nuevos medios de comunicación llegan por lo general a todos los rincones del mundo—, pero como una suerte particular de recato parece interiorizado de muchas otras maneras: en la simplicidad de la arquitectura y de las cosas, o en la integración de la naturaleza y la cultura en la arquitectura urbana, también de lo privado y de lo público —incluso en la arquitectura urbana de densidad más extrema—. La ciudad y la naturaleza se pliegan entre sí.
Con todo, el carácter esquivo de la obra de SANAA deja al intérprete de su trabajo en una situación parecida, a veces, a la de los principales protagonistas de la 'Trilogía de Tokio', una serie de novelas negras detectivescas postmodernas de David Peace en la que tres detectives japoneses solitarios, estilo Philip Marlowe, intentan resolver la desaparición auténtica, en 1949, de una de las figuras más poderosas de Japón. Los detectives se mueven a través de un paisaje de Tokio completamente destruido tras la Segunda Guerra Mundial y tratan de desentrañar casos de asesinato, pero fracasan en todos, y al final, quedan sumidos en confusiones cada vez más desesperadas, tanto en cuanto a los propios casos como a nivel personal.
Kazuyo Sejima es muy consciente de la nueva condición global en la que se encuentra la arquitectura. Curiosamente, ella es prudentemente optimista respecto a sus consecuencias. En su texto de introducción al catálogo de la Bienal de Venecia de 2010, de la que fue comisaria, señala: "el siglo XXI se ha iniciado, y muchas cosas han cambiado; las personas, las culturas y las economías nunca han estado tan conectadas como lo están hoy en día. Gracias a los avances en tecnología, hemos empezado a conectarnos con otras personas de un modo completamente diferente, creando relaciones indirectas, como a través de internet". Y continúa: "En este mundo intangible, nuevo, creo que la arquitectura ocupa un lugar único e importante. La arquitectura ha sido siempre un reflejo de la consciencia colectiva, una encapsulación física de los estilos de vida en evolución. Nuestras nuevas percepciones de la vida surgen de esta sociedad cambiante y se desarrollan acordes con la región, la cultura o la ciudad de la que proceden. Creemos que la existencia de estas sensaciones en nuestro ánimo llegará a ser mucho más influyente en el futuro".
Texto completo disponible a la venta en la web de El Croquis.