Contra la incontinencia
Una entrevista a Emilio Tuñón y Carlos Martínez Albornoz,
por María Langarita y Víctor Navarro
Texto publicado en El Croquis 223 Tuñón y Albornoz 2015 2023.
El Matrimonio Arnolfini, el retrato del pintor flamenco Jan van Eyck, nos muestra a una joven pareja de ricos comerciantes cogidos de la mano en un interior doméstico de la Brujas del siglo XV. Entre ambos, un inquietante espejo convexo refleja al matrimonio de espaldas y nos advierte de una tercera persona en la sala que de otra forma no podríamos haber percibido. Este efecto especular, que sirve para traer del lado del espectador la presencia de un ser incorpóreo, influyó en Velázquez para construir la obra mágica que es el cuadro de Las Meninas. El espejo, que es al mismo tiempo fondo y centro de gravedad del cuadro, sirve como recurso escenográfico para mostrar lo invisible. Quizá no sea casualidad que ese lienzo estuviera colgado en las paredes del hoy desaparecido Real Alcázar de Madrid, a escasos metros de la Galería de Colecciones Reales que recientemente han inaugurado Tuñón y Albornoz, el estudio que hoy forman Emilio Tuñón y Carlos Martínez de Albornoz. Un edificio que convoca, como el espejo, la presencia de un tercero, Luis Moreno Mansilla, que durante veinte años y hasta su fallecimiento, en 2012, formó tándem con Emilio Tuñón, y del que salió el concurso ganador del Museo. Como en el espejo de van Eyck, la presencia inmaterial de Luis sobrevuela la intimidad de esta conversación, a veces, como un leve reflejo, a veces, invocado como fundamento y otras, como contrasujeto.
Hay bandas de música con mucho éxito que cuando se deshacen para formar otras, no quieren saber nada de su pasado, reniegan de su producción. Otras, por el contrario, no tienen miedo de volver a su repertorio y reivindicarlo. ¿Cómo os sentís en este nuevo proyecto?
Carlos Albornoz: Bueno… Creo que hay dos períodos muy claros en la evolución de Mansilla y Tuñón. Un primer momento, que va desde su fundación hasta que entra Luis Díaz-Mauriño; y un segundo, después, hasta la muerte de Luis Moreno Mansilla. Yo creo que en Tuñón y Albornoz hay una vuelta a la primera etapa, al inicio. Una vuelta que, probablemente, se inicia con los concursos que hacemos después de la muerte de Luis, en 2012: la Cúpula del Vino, el Museo Nacional de Afganistán o la Bodega Rothschild y Vega Sicilia. Realmente, es como volver al inicio para comenzar a recorrer el mismo camino otra vez, aunque de forma ligeramente distinta. Me recuerda, Emilio, a eso que siempre mencionas acerca del Museo de Zamora, lo de que cuando uno ya ha hecho el camino de ida y está haciendo el de vuelta, se reencuentra con las cosas que ha ido dejando, casi todas inacabadas o aún por terminar.
Emilio Tuñón: Sí, es verdad, tengo una visión cíclica de la vida; la sensación de volver otra vez al mismo punto. Y es lo que hemos estado haciendo, volver; yo, mucho más cansado, y Carlos, con mucha más fuerza. Pero es importante entender que Mansilla y Tuñón, y Tuñón y Albornoz, no son lo mismo. Mucha gente piensa que la continuidad es mayor de la que en realidad hay. La figura de Carlos cambia mucho la situación, quizás por la condición más juvenil que tiene, pero también por la vocación de buscar más… puro, como él dice.
Ese período de reinvención se da en un momento histórico muy complejo. Por supuesto, por la muerte de Luis, pero también, por el contexto de crisis económica, cultural y social que vive el país, que hace que todos los estudios de arquitectura tengan que redefinirse o repensarse. Y que, en cierto modo, supuso un momento de refundación para todos.
Emilio, en aquel momento tienes que enfrentarte a un cambio de escala y a un cambio de clientes. ¿Cómo llegáis a la conclusión de que os tenéis que asociar?
ET: Hemos hablado poco sobre ello, pero, efectivamente, nos pasó lo mismo que a otros estudios, aunque por distinto motivo. En todo caso, nosotros hicimos esa especie de juego, la de volver de nuevo al inicio, para quedarnos, aparentemente, casi en el mismo sitio, como si el movimiento hubiera sido pequeño. El fallecimiento de Luis nos hizo perder su condición lírica. Yo tenía una condición más ingenieril, que venía del mundo politécnico. Él, en el fondo, venía más del mundo de las Bellas Artes. Creo que la incorporación de Carlos, es natural. En un primer momento, cuando falleció Luis, lo que pensé fue en hacer una cooperativa.
¿Una cooperativa con la gente del estudio?
ET: Sí, una especie de cooperativa de la oficina; pero al final las cosas han salido así. En el fondo, Carlos era la persona idónea. Nos costó un cierto tiempo verlo. Y creo que está bien, porque es como si ahora Carlos fuera Emilio y yo, Luis. Ahora me veo con intereses menos técnicos, y Carlos, sin embargo, aparece con la fuerza del ingeniero. Es cierto que Carlos tiene sus intereses, que conectan, curiosamente, más con intereses del mundo de la arquitectura —un mundo del que yo, quizás por edad, empiezo a sentirme un poco más alejado—, y esto ha supuesto un reset muy importante en la oficina, que, en mi opinión, está muy bien, porque, efectivamente, hemos vuelto a un punto de partida en el cual los dos, si bien diferentes, formamos a la vez una multitud, compuesta por todo el estudio, y con la sensación de trabajar todos en el mismo camino.
Ésa es una de las principales virtudes de vuestro estudio, la capacidad de integrar en vuestro proyecto creativo a todo aquel que llegue, y hacerlo partícipe de vuestros intereses.
ET: ¡Justo pensaba eso mismo hoy! Estaba con un chico que ha comenzado hace una semana, y de repente, siento que está trabajando como si fuera uno más del estudio. La oficina, sin llegar a ser una cooperativa, siempre ha dado a la gente libertad para trabajar y sentirse cómoda. Enseguida se enseñan unos a otros. Por ejemplo, en el equipo hay figuras fundamentales, como Andrés Regueiro. Es un gran docente, muy próximo a la gente, y pone mucho orden, es el entrenador de este equipo. Creo que sentirse confortable en el trabajo acaba generando sinergias entre todos que, curiosamente, siempre confluyen en intereses parecidos. Es una cosa bastante sorprendente.
CA: Emilio, eso tiene que ver con tu lado docente. Al final, eres capaz de trabajar como enseñas. Generas la sensación de que todos estamos aquí aprendiendo, como en una clase.
ET: Es bonito eso. Yo tengo la sensación de que en la universidad proyecto, y en el estudio, corrijo.
Como decíamos, hay un cambio en la estructura del estudio, pero también, un cambio en los encargos. En los últimos trabajos surge una escala muy cercana al cuerpo, que antes no era tan evidente.
ET: Con Carlos decidimos, desde el primer momento, hacer cosas pequeñas. Nos interesaba mucho lo doméstico. Es cierto que era un momento de crisis y no había encargos grandes, pero también es cierto que queríamos ensayar cosas que no habíamos hecho antes. Carlos tiene una mirada muy precisa en la escala pequeña, en lo táctil, en lo hedonista. La incorporación de Carlos se nota en esa aproximación, que yo agradezco muchísimo, porque cuando ves las casas, entiendes que realmente todas ellas tienen esa vocación de acogida.
CA: Para mí también fue un reto. Cuando entré en Mansilla y Tuñón me dediqué durante ocho años a hacer un solo proyecto, Atrio. Prácticamente no hice nada más. En el estudio se estaban haciendo museos, proyectos muy grandes, y de repente, entró ese proyecto, casi de escala doméstica. En aquel momento pensé: "A ver cómo salen Luis y Emilio de ésta". Me interesaba mucho cómo ibais a responder a la intervención sobre un edificio existente, protegido, y tan condicionado por su forma previa. Emilio, tú me dijiste una vez: "Ten cuidado con el primer proyecto que hagas, porque te acabarás dedicando a eso toda tu vida", y… aquí estamos.
Texto completo disponible a la venta en la web de El Croquis.