Tectónica e Historia:
Una Conversación con Amin Taha
por Cristina Díaz Moreno y Efrén García Grinda
Texto publicado en El Croquis 217 [II] Groupwork 2012 2022
Cristina Díaz Moreno & Efrén García Grinda: A menudo, los inicios de las carreras definen las aspiraciones, ambiciones y motivaciones del trabajo posterior, especialmente en un lugar tan peculiar y competitivo como Londres, donde lo más normal es empezar trabajando para otros. En su caso, ¿es capaz de identificar los orígenes de su historia como arquitecto?
Amin Taha: Cuando te acabas de graduar en la escuela de arquitectura, vas de un estudio a otro. Y cada uno tiene su estilo propio, es decir, "aquí no lo hacemos así". Ese estilo tiene que ver, en mayor o menor medida, con la expresión formal, y muy ocasionalmente, tiene relación con la estructura portante. Con frecuencia, se repiten una serie de formas, un lenguaje basado en el vocabulario desarrollado por la propia oficina, en el que se ha invertido mucho esfuerzo. Esas mismas oficinas tienen una estrecha relación con ingenieros, y con ellos se discute cómo habría que manipular el conjunto de ideas iniciales para integrarlas con éxito en un proyecto, sin dejar de expresar el enfoque original. Puede llegar a ocurrir que a uno de esos ingenieros —a menudo ingenieros de estructuras, que por formación no suelen preocuparse excesivamente por el diseño—, no le importe en realidad qué aspecto pueda llegar a tener el proyecto, o si llega a costar tres, cuatro o cinco veces más la cantidad de material, energía y esfuerzo, e incluso dinero. Y aquí es donde empiezan las cuestiones éticas. Empiezas a preguntarte: ¿Cuánto material más se consume? ¿Cuánto más cuesta esto al cliente? ¿Supone, al construirlo, un consumo mucho mayor de energía? Si las respuestas a estas tres preguntas son afirmativas, entonces, como arquitecto, deberías plantearte por qué permites que tal enfoque siga adelante.
Enseguida empiezas a darte cuenta de que hay una separación total entre la arquitectura, la ingeniería y las demás disciplinas que intervienen en el proyecto. Como arquitectos, se nos pide que desarrollemos y promovamos visiones que se apoyan literalmente en otros. Sin embargo, sería suficiente con unas pocas conversaciones con los responsables de estas otras disciplinas y también con proveedores y fabricantes, para integrar ideas y crear algo único como respuesta a un contexto o situación concretos. No me refiero sólo al contexto físico e histórico, sino también al definido por las personas y las mentes que se juntan para abordar el proyecto. Para mí, ésa es la parte fascinante; y realmente la disfruto. Cuando no llega a ocurrir, es frustrante, y esa frustración es evidente y, a la postre, legible en el resultado construido.
CDM&EGG: Eso quiere decir que, en su caso, privilegia la integración de aspectos materiales y técnicos como rasgo distintivo de la oficina.
AT: Vayas donde vayas, hay una agenda, que generalmente utiliza la arquitectura como una piel —aceptable visualmente— superpuesta a un activo financieramente rentable. Este planteamiento no es totalmente ilegítimo, ya que históricamente se han utilizado catálogos y libros de soluciones arquitectónicas, pero el mundo ha avanzado. Básicamente, los diagramas de Venn que definían los límites entre los roles del constructor y el arquitecto, así como entre dogmas e individualismos, se han fusionado subsumiendo las diferencias previas. Aun así, todavía puedes encontrarte con algunos que afirman ser, por ejemplo, arquitectos marxistas o de espacio público, pero con escasa evidencia de planteamientos relacionados con el programa, y mucho menos con lo tectónico, que sostengan su agenda. Todas las oficinas para las que trabajé tenían sus propias agendas, fundamentalmente visuales, pero sin ningún interés tectónico real. Unas agendas que, volviendo al tema del desarrollo de un estilo propio, algunas veces sólo se expresaban como estilo de dibujo. Para algunos arquitectos, su innovación reside exclusivamente en la peculiar manera en la que dibujan. Pero entonces surge el problema de su traducción. Cuando estás dibujando una línea, y te imaginas una curva fantástica, ¿cómo te imaginas el material que representa esa línea? ¿Qué impulsa esas relaciones entre una línea y la siguiente? Su belleza puede ser muy seductora, pero nunca se convertirá en lo que imaginas, porque a medida que avanzas lentamente en el proceso de diseño con la ingeniería, tratando de hacer realidad ese dibujo, las líneas se desvanecen, convirtiéndose en lo físicamente posible: espesores mayores de acero u hormigón, aislados térmicamente y con vierteaguas, que claramente no se corresponden con la idea inicial, sino a un necesario compromiso. ¿Cómo podría evitarse esa decepción? Una de las formas es entender los materiales disponibles en profundidad, de modo que al dibujar las líneas sobre el papel se pueda predecir lo conocido y hacer posible lo desconocido. Involucrar con el equipo de diseño a los proveedores de materiales y los oficios desde el comienzo del proceso también lo hace posible. Y es ahí donde los aspectos interesantes y presumiblemente éticos, pero también estéticos, tienen que aparecer. Al final de ese proceso, se habrá trabajado juntos para crear algo que es potencialmente único en su contexto, algo que no se podría haber predicho ni conseguido en solitario.