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Juhani Pallasmaa sobre la obra de Manuel Cervantes (PDF Gratis)

Arquitectura Mexicana Juhani Pallasmaa Manuel Cervantes México

Pasiones Serenas. Razón y Emoción en la Arquitectura de Manuel Cervantes

Juhani Pallasmaa

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He seguido durante casi seis décadas el devenir de la arquitectura mexicana desde la distancia de mi país, al otro lado del globo. Me interesé en México ya cuando era estudiante, en la Universidad de Tecnología de Helsinki a finales de los años cincuenta. No puedo recordar qué o quién dirigió mi atención hacia la arquitectura de una tierra tan distante en un momento en que el mundo todavía resultaba tan inaccesiblemente amplio. En todo caso, pude estudiar en la biblioteca de la Escuela dos libros que trataban sobre la arquitectura mexicana. En ellos pude admirar el maravilloso peso, solidez, coherencia y copiosidad simultánea, de los mosaicos de la Biblioteca Central de la Universidad Nacional Autónoma de México de Juan O'Gorman; la modernidad le corbuseriana de la Casa Rivera; la arquitectura minimalista de Juan Sordo Madaleno, y el ambiente surrealista del Cabaret El Eco de Mathias Goeritz. Me sentí enardecido y avivado por el constante diálogo entre los monumentos históricos, el vernáculo mexicano y la modernidad, vibrante y emocional. En esos edificios sentía una pasión por la vida y una realidad poética que trascendían el alcance normal y corriente, utilitario y racional, de la construcción.

En 1963 tuve la buena fortuna de que el recién fundado Museo de Arquitectura Finlandesa me enviase a Ciudad de México a montar una exposición sobre arquitectura finlandesa en el Museo de Arte de la Universidad —que ya conocía gracias a aquellos dos libros de la biblioteca de la Escuela—. En mis tres semanas de estancia en México, tuve oportunidad de visitar una serie de edificios excelentes, entre otros, el Museo de Antropología, las Torres Satélite de Naucalpan, El Eco, la Casa O'Gorman en El Pedregal y la recién construida Casa Barragán, a la que me llevó Mathias Goeritz —Barragán, por desgracia, estaba fuera; pero Mathias tenía las llaves—. Esta casa me causó tal impresión —yo tenía entonces 27 años, y era estudiante de arquitectura—, que luego soñé a menudo con ella y con su mágico arquitecto. También me llevaron a ver Teotihuacán, otro lugar inolvidable —que visité con Alvar Aalto y su esposa Elissa, pues el maestro finlandés estaba aquellos días en la ciudad invitado por el Congreso de la UIA, que se celebraba por entonces en Ciudad de México—. Viniendo del tranquilo, calmado y con frecuencia grisáceo norte, aún conservo en la memoria los sonidos, olores, colores y sabores de aquella mi primera visita a México de hace 54 años. 

En ese primer viaje mío a México, tuve también oportunidad de conocer a varios arquitectos mexicanos notables, entre otros, Juan O'Gorman, Pedro Ramírez Vázquez, Augusto Álvarez, Felix Candela, Manuel Rosen y Alfonso Soto Soria —quien estaba a cargo de las exposiciones en el Museo Universitario—. Mi afinidad con la vida mexicana y con la emotiva energía de su arquitectura ha seguido fortaleciéndose a lo largo de mis siguientes viajes a México, al mismo tiempo que ha ido creciendo el número de amigos arquitectos mexicanos. 

En 2014, fui invitado a Quito, Ecuador, como miembro del jurado de la Bienal de Arquitectura Panamericana, y de nuevo me quedé impresionado por varios de los proyectos presentados a concurso procedentes de México y América del Sur. Me conmovieron especialmente dos proyectos: una humilde Casa Convento, hecha de bambú —obra de un joven arquitecto ecuatoriano, Enrique Mora Alvarado, y ubicada en algún lugar dentro de un bosque de bambú en Ecuador— y el Proyecto Ecuestre de Manuel Cervantes Céspedes en México. Las fotografías de este segundo proyecto, con sus bellos caballos castaños y blancos, me recordaron la visita que hice al Rancho San Cristóbal de Luis Barragán en 1978, y el impacto que dejó en mí esa obra: el de una realidad de ensueño, un destello de cómo sería el Paraíso, pero con materialidad táctil, colores memorables y un fuerte sentido de lo real, o quizás, de lo surreal. Sin embargo, en el proyecto de Cervantes, sólo la profunda emoción y el tranquilo pero autoritario silencio que emanaban del establo y la casa me recordaron al rancho del Gran Alquimista de la Arquitectura —capaz de convertir el silencio en luz, la iluminación en sonido y el color en fragancia y sabor—, porque, de hecho, las impresionantes y elegantes estructuras de madera del Proyecto Ecuestre de Cervantes me recordaban más las construcciones de madera del arquitecto japonés Hiroshi Naito que a las obras de Barragán. Sin embargo, podría haber jurado inmediatamente que el Proyecto Ecuestre era mexicano, por su particular sentido de lo que sería una vida de ensueño, de la que formarían parte bellos caballos que parecerían sacados directamente de un cuento árabe.

Antaño, en mi país, también los granjeros hacían uso para vivir de una segunda planta situada sobre la que ocupaban sus animales domésticos, pero entonces eso se hacía para aprovechar al máximo el calor que emanaba de ellos. También me llamó la atención la juventud del arquitecto en la fecha del concurso de Quito: 37 años. Por sus irreconciliables y abrumadoras complejidades, la arquitectura suele considerarse un arte de gente mayor —lo suficientemente mayor como para dominar el arte del compromiso, y revertir las dificultades en ventajas—, pero en este caso, un joven arquitecto había logrado hacer un trabajo del todo equilibrado, orquestado e intenso. El edificio Ecuestre proyecta una atmósfera arquitectónica de racionalidad y poesía simultáneamente. Esa racionalidad poética me hizo recordar una sentencia de Alberto Giacometti, el maestro del recato artístico: "La tarea del arte no es imitar la realidad, sino crear una realidad de igual intensidad".1 (El Jurado otorgó por unanimidad el Primer Premio de la Bienal de Quito 2014 al Proyecto Ecuestre de Manuel Cervantes).

La segunda vez que me encontré con Manuel Cervantes fue en Yucatán, en noviembre de 2016, al dar unas conferencias en la Universidad Marista de Mérida. Además de con él, me encontré con otros brillantes arquitectos mexicanos, jóvenes y mayores. A nosotros, los finlandeses, algunos críticos nos señalan como gente especialmente inclinada hacia el arte del diseño y la arquitectura, pero igual les ocurre a los mexicanos. ¿Cuáles podrían ser los factores o condiciones, históricos y mentales, que acentúan la sensibilidad del comportamiento humano hacia los materiales y las estéticas, hacia el significado, el espacio o el sentimiento? Me atrevo a sugerir que sólo viviendo un 'sentido táctil del tiempo' —una idea que aparece en las novelas de Marcel Proust al hablar de la experiencia del tiempo—, 2 viviendo en continuidad con las profundas tradiciones culturales, siendo sensible hacia los dramas y sutilezas de la vida, teniendo un talento táctil para los materiales y para la construcción monumental, y al mismo tiempo un sentido dialogante para con la naturaleza y lo producido por el hombre, se puede asentar la base mental para una cultura arquitectónica.

La arquitectura nunca es invención de un solo arquitecto, es siempre una destilación de la historia, la tradición y la cultura colectiva; es, fundamentalmente, una forma de arte existencial, no meramente una expresión visual. Una sensibilidad artística y arquitectónica también surge, a la vez, de un marcado y sutil sentido de uno mismo. Incluso me atrevería a sugerir que las secretas y profundas estructuras inconscientes de nuestra lengua materna pueden prepararnos para la intuición y la comprensión de fenómenos particulares. La increíble fuerza del mundo de habla hispana en la arquitectura de las últimas décadas me hace creer que es el lenguaje mismo el que puede enfocar, organizar y clarificar el pensamiento arquitectónico. Y no son sólo especulaciones mías de aficionado, ha habido psicolingüistas, desde Benjamin Lee Whorf y Edward Sapir,3 que han argumentado que nuestro primer domicilio es nuestra lengua materna, y ella guía nuestras percepciones, sentimientos y pensamientos de un modo específico. "Un cambio de idioma puede cambiar nuestra comprensión del mundo", afirmaba dramáticamente Whorf.4 ¿Por qué no podría cambiar igualmente nuestra comprensión de la arquitectura?

Las obras de Manuel Cervantes son admirablemente claras, racionales y decididas, y aún así, sutiles y poéticas. Su minimalismo no es emocionalmente reductivo, dado que la simplificación formal agudiza la experiencia poética y nos hace percibir otros niveles de realidad bajo la superficie en calma. Más importante aún, su proceso de simplificación conduce en esencia a una complejidad experiencial. El razonamiento es para él una forma de meditación poética; su estética visual tiene una memoria y un eco háptico. Las sutilezas y densidades inesperadas de sus obras, formalmente sencillas, me hacen pensar en los milagros de algunas obras artísticas, como las pinturas de Agnes Martin, o las esculturas, aparentemente sordas pero metafísicas, de Donald Judd.

El riguroso orden tectónico, la ligereza y la finura dimensional de las obras de Cervantes me recuerdan la estética de las legendarias Case Study Houses de California,5 que crearon, justo después de los desastres de la guerra, una estimulante y vigorizante utopía doméstica, al tiempo racional y poética. De hecho, los proyectos de Cervantes siguen dos principios alternativos: por un lado, una línea constructivista ligera, basada en marcos estructurales repetitivos; y por otro, una línea de arquitectura que se fundamenta en muros, materialidad, peso, apelaciones al tiempo, pátina y tradiciones vernáculas. Pero también hay algo de nórdico en el aire de modernidad distendida y recatada que tienen sus obras, y en la sensatez que emana de un orden sutil. Su ordenada y medida expresión abarca desde un diminuto orquideario a un pequeño y minucioso entramado de madera en un bosque; desde una serie de casas, elegantes y acogedoras, a grandes intercambiadores de transporte y enormes proyectos de oficinas. La rehabilitación del Edificio Donceles, un inmueble protegido de principios del siglo XIX, revela lo adecuado de aplicar un lenguaje lacónico pero sensible a un exigente contexto histórico. El tejido de lo viejo y lo nuevo se muestra tan denso y perfecto que parece que el edificio histórico hubiera aprendido un nuevo lenguaje. Paul Valery distinguió maravillosamente las cualidades de las expresiones arquitectónicas: "¿No te has fijado, al pasear por esta ciudad, que entre los edificios que la pueblan algunos son 'mudos', otros 'hablan' y otros, por último —aunque son los más raros—, 'cantan'? Lo que les da tal animación o los reduce al silencio no es su finalidad, ni siquiera su aspecto general; son cosas que dependen del talento de su constructor, o del favor de las Musas".6 

En lugar de buscar una nueva expresión para cada nuevo encargo, el arquitecto continúa con toda confianza sus estudios de posibles variaciones dentro del paradigma elegido por él. Esto es justo una manera de hacer contraria al compromiso histérico que se tiene hoy día con respecto a las posibilidades y complejidades formales que ofrecen los ordenadores. Cuando miro las fotografías de las obras de Manuel Cervantes recuerdo otra frase de Paul Valèry recogida en su libro Eupalinos o el Arquitecto —uno de los textos más poéticos sobre el arte de la arquitectura jamás escrito—: "¿Hay algo más misterioso que la claridad ... ¿Qué más caprichoso que el modo en que la luz y la sombra se reparten sobre las horas y sobre los hombres?".7

VIillas ventanas. Ixtapa, México. Por CC arquitectos, Manuel Cervantes.

 

1 La cita de Alberto Giacometti surgió en mi taller en la Universidad de Ljubljana, en Eslovenia, en 2016. El origen de la cita no está identificado.

2 Conversaciones sobre el fin de los tiempos (Jean-Claude Carriere, Umberto Eco y Stephen Jay Gold), eds. Catherine David, Frédéric Lenoir y Jean-Phillip de Tonnac, Penguin Books, Londres, 2000, pág. 95.

3 Véase, B.L.Whorf, Lengua, Pensamiento y Realidad, colección de ensayos, ed. John B. Carrol, The MIT Press, Cambridge, 1956; Selected Writings of Edward Sapir in Language, Culture and Personality, ed. David G. Mandelbam, de la Universidad de California Press; y Frode Strömnes, 'On the architecture of thought', Abacus Yearbook 2, Museo de Arquitectura Finlandesa, Helsinki, 1980, 6-29.

4 B.L. Whorf, Language, Thought and Reality, ed. John B. Carrol, The MIT Press, 1956.

5 Las Case Study Houses fueron encargadas en 1945-65 por la revista Arts & Architecture, y diseñadas por varios arquitectos en el área de Los Ángeles. Ver, Case Study Houses: The Complete Program 1945-1966, Elizabeth A.T.Smith, Taschen, Köln-Londres-Madrid-Nueva York-París-Tokio, 2002.

6 Paul Valéry, 'Eupalinos o el Arquitecto', en Dialogues, trad. William McCausland Stewart, Pantheon Books, Nueva York, 1956, pág. 83.

7 Ibíd., pág. 107.



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